miércoles

La mentalidad adulta e infantil en "El principito" de Saint-Exupéry

El principito es uno de los libros más conocidos mundialmente, y aunque por su aspecto parece ser un cuento de niños, quizá va más encaminado a que lo leamos cuando tenemos la edad suficiente para comprender lo que Antoine de Saint-Exupéry quería decir. En este libro podemos encontrar ideas que nos invitan a reflexionar sobre temas presentes en la vida diaria: la amistad, la responsabilidad, el comportamiento del ser humano ante distintas situaciones… Se hace una crítica hacia la sociedad de hoy en día (más bien hacia los adultos de hoy en día), y hacia la vida caótica y estresante que llevamos. Gracias a esta lectura, Saint-Exupéry nos hace, en cierto modo, volver a ser niños por un momento.
El libro está narrado en primera persona y comienza con la auto-presentación del narrador que, sin embargo, no es el protagonista de la historia; sólo nos narra una pequeña parte de su vida y durante el resto del relato se limita a contar las aventuras del Principito. Lo primero que describe es un dibujo que hizo cuando era niño, que representaba una serpiente boa que se había tragado a un elefante. Cuando se lo enseñaba a los adultos lo único que veían era un sombrero, y es más, le aconsejaban que dejara a un lado los dibujos y se centrara en los estudios. Esta es una de las mayores diferencias entre niños y adultos: la imaginación, que es quizá una de las cosas más importantes que perdemos al crecer. La mayoría de los adultos carecen de imaginación, viven de acuerdo a sistemas cuadriculados, en los que todo está muy claramente establecido: lo que está bien, lo que está mal, lo que se debe hacer y lo que no; y nunca tienen el valor de actuar fuera de este sistema, de ver más allá. Vivir sin imaginación, con la misma rutina día tras día, y simplemente dejándonos llevar por los demás (lo que Nietzsche denominaba “moral de rebaño”, que consiste en seguir a la mayoría, aceptar las normas morales ya establecidas, sin cuestionarse si quiera si son verdaderamente las correctas, sin tener iniciativa propia) es una de las características más expandidas entre el ser humano, debidas quizás a la pereza, la desidia y sobre todo, la falta de imaginación. No nos atrevemos a pensar, a imaginar que puede haber una forma de vida distinta de la nuestra. Además, esta cualidad, la de ser imaginativo, tampoco es valorada por los adultos, que directamente la intentan suprimir, y prefieren una persona que les hable de golf, política, corbatas y otras cosas vanas. Nuestra existencia está basada en cosas vacías.
El Principito es un personaje muy peculiar, le resulta difícil entender el comportamiento de los humanos porque proviene de otro planeta, y continuamente está haciendo preguntas. Nunca se da por vencido hasta que no obtiene su respuesta. Éste es el motor que mueve a los niños: la curiosidad. El mundo es algo nuevo para ellos y quieren saberlo todo, poco a poco van descubriendo sus secretos, mediante la propia experiencia o, como hace el Principito, preguntando. Pero ¿a quién van a preguntar sino a los adultos? Y estos, desprovistos ya de toda imaginación, lo único que quieren es convertir a estas nuevas generaciones en “buenos” adultos: personas que hagan lo correcto (o lo que ellos consideran correcto), que primero estudien, luego trabajen, formen una familia y finalmente mueran, sin salirse de las líneas preestablecidas. Condenan de antemano la mente ingeniosa y creativa de los niños, obligándolos a seguir las normas de esta sociedad que nos convierte en víctimas de ella misma.
Antes de aterrizar en la Tierra, el Principito viajó por el espacio haciendo escala en diversos planetas, habitados por unos personajes también muy singulares. Se encontró con un rey que mandaba sobre todas las cosas pero no tenía súbditos; con un vanidoso al que le gustaba que le halagaran; un bebedor que se avergonzaba de su propia embriaguez; un hombre de negocios que contaba las estrellas, las cuales poesía; un farolero que estaba ocupado todo el día y toda la noche, encendiendo y apagando su farol, y finalmente, con un geógrafo que no conocía nada acerca de su planeta. Y al llegar a la Tierra se dio cuenta de que estaba llena de reyes, vanidosos, bebedores, hombres de negocios, faroleros y geógrafos, cuyos oficios le parecieron totalmente absurdos al Principito. Todos ellos vivían con preocupaciones: por no tener súbditos, por no tener tiempo, por no tener exploradores… No eran capaces de ser felices, y el Principito se cuestionaba cómo podían ser los adultos tan cerrados de mente y no darse cuenta de que la solución a sus problemas la tenían en ellos mismos, a la vez que ellos eran la propia causa. Por ejemplo el bebedor, que bebía para olvidar precisamente que bebía, cuando podía dejar de beber y el problema se solucionaba; o el explorador, que no conocía nada acerca de su planeta porque no tenía exploradores que lo descubrieran por él, sin plantearse siquiera que podía ser él el que saliese a explorar. Los problemas siempre han existido y seguirán existiendo, es nuestra actitud ante ellos lo que marca la diferencia.
Como bien representados en el libro por el farolero y el hombre de negocios, algunos de los mayores problemas de la sociedad de hoy en día son la sobreocupación y la avaricia. Siempre se quiere tener más y más, nunca hay un límite y vivimos obsesionados con esa idea. No tenemos un rato libre para dedicarlo a nosotros mismos, el tiempo que no utilizamos en nuestras obligaciones lo malgastamos en cosas vanas. No reflexionamos sobre nosotros, sobre la vida, no nos damos cuenta de la importancia de los pequeños detalles y la belleza de nuestro mundo. Nos complicamos, no vemos lo verdadero, lo esencial (como dice el zorro en el libro, “lo esencial es invisible a los ojos”) y ni siquiera intentamos buscarlo. Nos dejamos llevar por la amargura, las preocupaciones y la rutina del día a día. Y de este modo nunca conseguimos ser felices del todo.

 Los niños son como un libro en blanco, una caja abierta a todas las ideas que quieran entrar. Si les cuentas algo con un mínimo de convicción, ellos lo creerán por muy disparatada que sea la idea. No hay que divagar mucho para encontrar ejemplos de esto: Papá Noel , los Reyes Magos, el Ratoncito Pérez… personajes fantásticos, todos ellos bondadosos, amables, que actúan por el bien y la felicidad del mundo. Y los niños creen en ellos con fe ciega, mientras que si a un adulto le intentas convencer de la existencia de alguno de ellos te tomará por loco. Los adultos no creen en nada que sea “solamente bueno”, son personas con una mentalidad cerrada, que no dan credibilidad a nada que no esté establecido como “lo real”. Lo fantástico lo dejan para las novelas, negando por completo su posible presencia en el mundo. Esto nos hace vivir ciegos, no vemos más allá, nos limitamos a creer lo que otras personas dicen, mientras que con imaginación seríamos capaces de conocer y entender el mundo desde muchos otros enfoques.
Cuando somos niños, estamos ansiosos de crecer y ser adultos, nos presentan su mundo como un mundo lleno de posibilidades, en el que cada uno es dueño de sí mismo y de sus decisiones, mientras que cuando somos aún jóvenes no nos permiten hacer todo lo que queremos. Los niños viven llenos de ilusión por cada cosa que hacen, por muy simple que sea. Pero al crecer nos vamos dando cuenta de la hostilidad del mundo, que quizás sólo es una visión causada por la pérdida de imaginación. Muchas veces los adultos querrían volver al pasado, volver a ser niños y quitarse las preocupaciones, porque el mundo se ve más bonito desde los ojos de los niños. Pero, ¿y si los adultos también pudieran ver el mundo desde esta perspectiva? Lo único que hace falta es no perder la imaginación, seguir creyendo, tener ilusión. Quizás el mundo no sea tan malo como parece, sino que somos nosotros mismos los que hacemos que lo parezca. Crecer es algo inevitable, pero olvidarse de la imaginación no, y ,aunque es algo difícil, si todos pudiésemos volvernos un poco mas niños y creer en algo que verdaderamente merezca la pena, ver las cosas fáciles como ellos lo hacen, la vida sería más mágica, más especial. Por eso no debemos limitarnos a vivir la vida como si todo fuera una rutina, hay que mirar alrededor y observar que no estamos rodeados simplemente por edificios, porque en cada detalle de ellos podemos encontrar algo maravilloso. Podremos encontrar la felicidad.


trabajo realizado por Alb. V.

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